jueves, 7 de abril de 2005

¿Será cierto que el que arriesga, gana?

Marzo 24, 2005
por Seth Shostak, Astrónomo Senior del Instituto SETI






El reciente desorden sobre si existe evidencia convincente de vida en Marte brinda una severa lección sobre la investigación de la vida: un importante descubrimiento científico es tan tentador, seductor y peligroso como las sirenas que le hicieron señas a Ulises.

Aprender algo tan trascendental como novedoso no solo garantiza al científico un empleo estable y un mural de reconocimientos; puede asegurar su nombre en el gran libro de hazañas humanas. Es como un tipo de inmortalidad.

Por otra parte, una afirmación que resulta ser equivocada es con frecuencia una marca negra indeleble, que conduce a la crítica, al ridículo y a una enérgica cabalgata al olvido.

Mucha gente ajena a la cuestión científica tiene una visión tipo Hollywood acerca de la investigación. Para ellos, el descubrimiento consiste en un momento de triunfo en el que un científico – impulsado por una idea brillante o demasiado asado francés -- cubrirá repentinamente los pizarrones con matemática fresca o accionará un interruptor de cuchilla en el laboratorio, y momentos después volver atrás para encarar alguna nueva y profunda verdad.

De hecho, mucho descubrimiento es provisional. Los datos sugieren algo, pero raras veces son completamente inequívocos, excepto, tal vez, en un examen retrospectivo.

Un investigador tiene que tomar una decisión entre “interpretar” la información y aventurarse en el descubrimiento o permanecer quieto, continuar avanzando, y arriesgarse a ser derrotado por un competidor. En otras palabras, existe un fino equilibrio entre precipitarse discretamente y estar fuera de la carrera.

La decisión correcta rara vez es la muerte, obviamente. En 1989, el químico Stanley Pons y Martin Pleishman aseveraron que habían desencadenado la fusión en frío en su laboratorio. Lo que ellos realmente provocaron fue la fría censura de sus colegas. En contraste, Edwin Hubble se absorbió en su diagrama de espectros de galaxia en 1929 y determinó que el universo se estaba expandiendo en forma linear. Al observar esa información, se aprecia el grado de inspiración (o imaginación) requerida para aventurarse a esa conclusión. Más de una década antes de Hubble, el astrónomo Vesto Slipher ya había medido las velocidades de recesión de un puñado de galaxias, y encontró que la mayoría de ellas estaban retrocediendo. Si hubiera sido un poco más audaz, la NASA podría estar debatiendo los méritos de una Misión del Servicio de Slipher para salvar nuestro principal telescopio espacial.

Cuando se descubrieron los primeros planetas alrededor de otros soles hace una década, había personas serias en la comunidad astronómica que creían que los demandantes habían observado simplemente estrellas dobles, no sistemas planetarios. Sin embargo, los descubridores mantuvieron su postura firmemente y eventualmente aseguraron la tinta en cada libro de texto de Astronomía I desde ahora y hasta que el Sol se convierta en nova. Hicieron esto a pesar de un sobrio precedente: en los años 60’s y 70’s el astrónomo Meter van de Kamp había hecho público en las noticias que dos sistemas estelares cercanos, incluyendo la estrella de Barnard, danzaban hacia delante y hacia atrás en el cielo, confirmando que contenían planetas. Desafortunadamente para van de Kamp, el baile era causado por mantenimiento periódico de su telescopio, no por mundos distantes. Así pasa la gloria del mundo.

Existe también el problema de interpretar la información basándose en ideas preconcebidas. Lo cierto es que la investigación a menudo proviene de intentar probar que lo que se piensa es verdad. En lenguaje urbano, significa “dejarse llevar por la corazonada”. Desde luego, cuando su presentimiento es basura, los resultados son desperdicios. Colón dejó este mundo creyendo aún que sus naves habían zarpado en las Indias, pues allí fue donde el pensó que había llegado. De haber tenido un concepto más abierto, esto se llamaría los Estados Unidos de Colombia.

Es difícil imaginar un descubrimiento más grande que el de encontrar vida inteligente en el espacio. Sin embargo, los científicos de SETI han prometido para sí mismos y para quien pregunte que revisarán meticulosamente cualquiera de las señales candidatas recopiladas por sus telescopios, comprobando que sean realmente extraterrestres y verdaderamente tecnológicas. Llevan grabado en el corazón la lección de los púlsares: señales que, a primera vista, parecían ser una maniobra del Pequeño Hombre Verde – pero resultaron ser de antemano una desconocida criatura en el bestiario celestial de la naturaleza. Recuerdan la CTA-102, una variable fuente de radio cósmica que los investigadores rusos creyeron que era la ruidosa transmisión de una sociedad avanzada. CTA-102 era un quasar.

No obstante que las buenas intenciones sean sencillas, decidirse en la información es difícil. Así que cuando los investigadores de SETI descubran una señal interesante, no se sonrojarán rápidamente con adrenalina ni gritarán desde los tejados. Ellos saben que cualquier señal necesitará una amplia confirmación para descartar orígenes mundanos como satélites de telecomunicación, interferencia local o de un software raro.

Pero en algún punto habrá la necesidad de decidir la forma en que baje este balancín. Una llamada incorrecta pudiera simplemente hacerlo objeto de un monólogo de Jay Leno. Pero una demora pudiera significar que su boleto a Estocolmo se lo den a alguien más.

Sin duda, será una llamada difícil.

Fuente: Instituto SETI

Traducido por: María Luisa Hernández Castro

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