jueves, 10 de marzo de 2005

Planetas Huérfanos. Es una vida dura

Febrero 24, 2005
por Seth Shostak -- Astrónomo Senior





Intente imaginar este panorama que no ha sido presenciado por ningún ser pensante, a pesar de que pudiera estar desarrollándose cada pocas semanas en alguna parte de la Vía Láctea.

Estás en una solidificada superficie caliente de un mundo recién formado; un primo desconocido de la Tierra de solo algunos millones de años de edad. El paisaje es un sofocante desorden fulminante de roca suave, tan infértil como el espacio mismo.

Si alguien pudiera mirar al cielo nocturno, vería un cuenco oscuro acribillado con laboriosos puntos brillantes. Los puntos son mundos hermanos -- planetas nuevos en diversas etapas de gestación, ladeándose a través del disco viscoso de gas y del polvo grumoso que les ha dado sustancia y forma.

De pronto y por casualidad, ocurre un encuentro no tan improbable. La trayectoria de otro objeto, de la misma camada, cruza cerca. Durante varios días, el segundo planeta navega sin limitaciones a través del cielo: silencioso y peligroso.

No hay una colisión real; ni destrozos catastróficos de mundos nacientes. Pero la interacción gravitacional durante este breve encuentro cambia el movimiento de ambos objetos; acelerando a uno y reduciendo la velocidad del otro. Y entonces se desarrolla un acontecimiento deprimente, aunque este mundo no tiene ojos para verlo. Expulsado al azar del sistema solar donde nació, el planeta se desliza en el espacio profundo. Cada hora, el sol que había prometido calentar su superficie por miles de millones de años retrocede otros 80 mil kilómetros. En solo una década, la estrella doméstica se contrae a un punto de luz, finalmente indistinguible de otras estrellas del cielo. La superficie del planeta se enfría, su atmósfera se condensa, cae, y se amontona en sedimentos congelados. Este es un mundo huérfano, vagando sin destino en el aletargador desierto frígido del espacio profundo.

Aunque fue pateado de su litera por accidente, el exilio involuntario de este planeta puede ser un destino frecuente para los mundos recién nacidos. Doug Lin, astrónomo en la Universidad de California en Santa Cruz, comenta: “Mi percepción es que los planetas huérfanos pueden ser numerosos. Ya existe evidencia indirecta de que mundos del tamaño de Júpiter han sido expulsados de alguno de los sistemas planetarios extrasolares que hemos descubierto en la última década. La pista es que los planetas grandes en esos sistemas tienen a menudo órbitas sumamente elípticas”. Los mundos gigantes en órbitas ovales son probablemente los objetos que se rezagaron cuando ocurrió un pequeño choque planetario.

“No tenemos esa situación en nuestro sistema solar. Tenemos suerte pues Júpiter – quien para empezar tiene una órbita de baja excentricidad -- ha codeado a los otros planetas en similares órbitas casi circulares, donde no entran unos en el trayecto de los otros”. comenta Lin.

Pero imagine un sistema en el que no se forman planetas como Júpiter, debido simplemente a una escasez de materia prima. Incluso en este caso, todavía pudiera haber recursos para construir mundos como la Tierra y más pequeños. Algunos de estos inevitablemente se formarán a distancias entre 800 y 1600 millones de kilómetros de la estrella (el rango de las órbitas supervisadas por Júpiter y Saturno en nuestro sistema solar). A esas distancias, las velocidades orbitales son de casi 16 kilómetros por segundo. Eso es lo bastante lento para que un encuentro gravitacional pueda agregar fácilmente los 6.4 kilómetros adicionales por segundo que seguramente expulsarían un objeto relativamente pesado del sistema estelar. (Para quien le importe los números, las velocidades de escape son 41% más altas que las velocidades orbitales).

¿Qué tan a menudo sucede esto? “Desconozco la fracción de los planetas que serían arrojados”, admite Lin. “Pero me imagino que la fracción es tal vez muy alta; de hecho no me sorprendería si fuera del 50%”.

Si ese es el caso, entonces los planetas huérfanos ¡serían más numerosos que las estrellas! Solo en nuestra propia galaxia, habría cientos de miles de millones de estos mundos divagantes.

Eso es mucha superficie errante, y entonces naturalmente surge la duda sobre la existencia de vida en esos cuerpos beduinos, dado que pudieran constituir una gran parte de toda la extensión planetaria. A primera vista, se pudiera asumir que no hay mucha esperanza. En el espacio profundo, hay muy poca energía como para calentar un océano o proporcionar las calorías necesarias para el metabolismo. A fin de cuentas, en la Tierra, la luz solar dio alas a la mayoría de la vida. Casi un kilovatio de energía impacta en cada metro cuadrado del paisaje en un día soleado. En el espacio interestelar, donde las estrellas son lejanas y débiles, el flujo de energía es mil millones de veces menor.

El hecho es que cualquier océano superficial en un planeta huérfano se congelará más duramente que un mostrador de granito, y la fotosíntesis será un fracaso. Pero tenga en mente que la vida sobre la Tierra pudo haberse originado de – y en realidad aún existen – las aguas sobrecalentadas de respiraderos en lo profundo del océano. El agua fangosa que brota de estas chirriantes grietas hierve por la temperatura del calor del interior que quedó principalmente desde el nacimiento de la Tierra. Después de más de cuatro mil millones de años, nuestro planeta aún está caliente por dentro. Marte, un mundo más pequeño, se ha enfriado mucho más. No hay placas móviles o volcanes activos en la Planeta Rojo. Está congelado.

Pero claramente, para los planetas huérfanos más abultados – aquellos que pudieran ser del tamaño de la Tierra o más grandes – la energía subterránea que sustenta vida duraría por miles de millones de años. Así que bien se puede creer que mientras la superficie de cualquier océano en esos mundos sería hielo sólido, la biología pudiera aún prosperar en agua líquida por debajo. Y después de todo, no se necesita mucho calor. No se requiere magma, solo agua caliente. Como comenta Lin: “Se requiere mucho calor para derretir rocas. Pero para la vida, todo lo que se necesita es agua hirviendo”.

En otras palabras, la vida en los mundos huérfanos es posible. Pero ¿pudiera surgir allí una vida compleja o incluso inteligente? Eso claramente es algo más de un caso perdido. Francamente parece improbable que el dependiente de la vida a base del calor que brota desde el interior de un planeta llegaría a ser lo bastante estudiado para comprender el universo.

No obstante, este es un tipo de hábitat que aunque posiblemente sea muy común, es muy extraño para nuestra propia experiencia. No podemos decir con seguridad que la vida inteligente es imposible en esos mundos. Si ocurre tal acontecimiento extravagante, sería interesante conocer lo que los habitantes piensan sobre la posibilidad de vida en un planeta que orbita una estrella. De hecho, desde su punto de vista, nuestro hogar parecería poco atractivo. Tal vez no les gustaría vivir tan angustiosamente cerca de una exasperante bola de gas incandescente, que rutinariamente expide radiaciones mortales desde su semblante tormentoso. Tal vez es mejor estar salvaguardados en un mundo donde el sol nunca brille.


Fuente: Instituto SETI

Traducido por: María Luisa Hernández Castro

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